Ni Una Menos

Crónicas

martes, 30 de marzo de 2021

El cumple de Norita

Hace poco cumplió 91 años y algunxs amigxs y compañerxs escribimos escenas con ella, armamos un libro y se lo regalamos. Le encanta escuchar historias a Nora, como a todxs.

La escena que quiero contar tuvo lugar durante el segundo paro internacional de mujeres. Fue una tarea larga y compleja la de tejer, consensuar, organizar el primer 8M. En realidad, el primer paro en nuestro país y con algún eco en países cercanos había sido el 19 de octubre de 2016, armado muy rápidamente pero con mucha potencia de futuro. Y en ese verano que arrancaba se planteó el armado internacional para el primer 8M, gigantesco como fue, ya en 2017. Había sido duro: el paro nos estaba negado, como estaba negada nuestra condición de trabajadoras. Sindicatos, Historia, referencias dentro de los espacios políticos: todo jugaba en contra. Con muchísima capacidad de trabajo y escucha logramos armar una agenda. Fue una explosión, una apertura que era puro comienzo.

Ya con la agenda clara, con el mapa de amistades políticas y encuentros que se solidificó de un año para el otro, la invitamos a Nora al escenario. Era como coronar todo el trabajo de tejido que hicimos; después de las tantas asambleas, las acciones y las conversaciones, quedaban la calle, la plaza. Y que Nora esté en ese escenario nos decía que íbamos bien, que andábamos por buen camino, nos reconocía en una genealogía de luchas de la que nos sentíamos parte.
El 8 de marzo de 2018 era jueves, así que cualquier cosa que contara con Nora tenía que comenzar después de la ronda. Ese día fui a buscarla cuando terminó para acompañarla al escenario del paro. Unimos caminando las dos plazas. Hicimos el recorrido Plaza de Mayo-Congreso subidas en la marea feminista.

La gente había llenado toda la Avenida de Mayo, de plaza a plaza. Esto no era un detalle menor, y que Nora estuviera desandando esa avenida para polinizar la plaza del paro con su fuerza política, con su empuje hacia el futuro de lucha y transformación que nos merecemos y nos proponemos era otra muestra del trabajo que nos dimos y de la profundidad de nuestros acuerdos. Desde que comenzamos a amasar Ni Una Menos, y después el Paro Internacional de Mujeres, Travestis, Trans y No Binaries, nos supimos parte de una genealogía de luchas, aprendices a la vez que dibujantes de caminos.

El “grupo de la Plaza”, esa familia que se agranda con el tiempo y que rodea y acompaña a las Madres y a Norita en su andar infinito, ese día estaba atento a que la ronda termine bien, concluya en su ritmo, no se vea del todo arrasada por la marea que asolaba la avenida desde temprano. Nos miramos con Nora y Kari cuando nos vimos en medio de la oleada, sonreímos las tres y quedó hecho el traspaso de acompañante: había que emprender un viaje. Acompañar a Nora es andar por la vida con una coraza, es sentir que por un ratito nada puede sucederle a una, siempre tan a la intemperie. ¡Eso! Es eso. Nora para mí es como una casa, como un techo en medio del temporal, es tener con qué taparme del frío, es sostener alguna certeza en el cuerpo cuando todas se diluyen, es un amor que emociona y prepara para la lucha y para la vida.

Sigo contando. Nos acompañó el grupo ese día hasta los bordes de la plaza, empujando con los codos, haciendo mucha fuerza para dejar un espacio libre entre la danza de miles de cuerpos que se apretujaban abajo del sol.
Ya en el borde de la plaza abandonamos tierra firme juntas, de la mano.
Algo que no conté: yo mido 1.84 mts. De más está decir que vernos juntas a Nora y a mí es por lo menos una curiosidad. Yo entendí sobre la marcha, con el cuerpo, que lo mejor era que Nora vaya detrás mío y yo con mis brazos largos ir pidiendo permiso, tocando hombros, mirando para adelante por sobre las cabezas para abrirle paso.
Era ir diciendo permiso, compañerxs, permiso, vengo con Norita, necesitamos llegar al escenario, y era ver las caras que se daban vuelta al principio con cierto fastidio –era difícil escuchar, eramos muchxs, de verdad– y en el acto, como tocados por una varita mágica, por un photoshop de la alegría instantánea, sonreían como niñxs, con toda la cara. Los ojitos brillantes, la sonrisa floja de quien se sabe en confianza, en casa. Nora va caminando, chiquita como es, y va abriendo las aguas, va tocando corazones y encendiendo luces mientras camina. Las compañeras la abrazan, quieren sacarse una foto con ella, quieren decirle lo mucho que la quieren y la respetan. Le cantan, le sonríen, gritan como nenas cuando la descubren, se sacan fotos con ella y nosotras no paramos nunca de caminar, en ese mar color fucsia que cedía ante su mano, ante sus pies que caminaron ligerito todo el trayecto.

No, no se podría haber hecho de otro modo, no era lo mismo tomar un taxi o dar toda la vuelta y llegar por atrás a la plaza del Congreso. Para Nora, y para mí, estuvo claro de entrada que la cosa era caminar y fundirse con las compañeras, y era ver en el acto cómo todo eso que dijimos, eso que sentimos emocionadas que las Madres nos legaron, era puesto en acto, reafirmado ante nuestros ojos.

Cuando pasamos 9 de Julio era tarde ya, no había lugar en esa marea salvo por el espacio que todxs le iban abriendo a Norita.
Me avisaron que estaba arrancando la cosa en el escenario y faltaban varias cuadras. En una reacción de una agilidad que me cuesta ahora narrar con precisión, Nora me dijo Tomemos el subte que no llegamos. Y fue cruzar la calle entre los cuerpos para meternos en la boca de la estación 9 de Julio, acompañadas a esa altura por un río de manos cuidadosas que iban abriendo paso, sosteniendo, acariciando. Bajamos las escaleras, llegamos al andén ante la mirada atónita y amorosa de lxs pasajeros que lo llenaban y Nora iba sonriendo, saludando a todxs y desarmando con un gesto cualquier formalidad, cualquier cartón pintado.
En algún momento alguien arrancó a cantar nuestros cantos, Norita acompañó cantando y agitando la mano, mirando a cada persona a los ojos como hace ella, a cada unx. Olé oleeee. La aplaudió todo el vagón. Bajamos en Congreso y ya era un poco tarde, yo sabía que estaba todo ahí, quieto esperando que llegue Nora para arrancar, contenido.
Fue caminar los últimos pasos, ahora sí mas descomprimidas porque entramos por atrás del escenario y ya era tierra firme. Así que ligerito, como dice Nora, caminó tiqui tiqui tiqui y ya en los pies del escenario una compañera la esperaba para ayudarla a subir. Yo estaba cansada pero sobre todo quería tener un minuto así, quedarme un minuto con las escenas que habíamos pasado recién para no perderlas, para que no se las trague la tarde entre tantas otras escenas poderosas.
Empecé a escuchar un aplauso gigantesco, una oleada de alegría nueva y me reí sola ahí atrás del escenario. No veía nada pero sabía que Nora ya estaba haciendo su magia.
Fue un escenario impresionante. Liliana Daunes leyó el texto que logramos amasar entre todas las organizaciones. Un trabajo artesanal, una olla donde no faltaba nada ni nadie. Ninguna compa, ninguna lucha, ningún reclamo. El trabajo de consensuar ese texto fue de una delicadeza amorosa y una profundidad política como pocas veces vi tan de cerca. En algún momento Nora también leyó una parte y todxs escuchamos con un silencio no sacro, no de los que exigen dioses o magias invisibles. Un silencio profundo, una intimidad política compartida en ese momento por millones, un ritual intergeneracional del que todxs ahí estábamos al tanto. Nos sabíamos parte. Por eso el pliego larguísimo de demandas y señalamientos termina en algún momento y solo queda el cierre, en manos de Nora. El cierre que abre también a la comprensión de un mundo complejo, interconectado, de dolores y luchas. 30.000 compañeros y compañeras detenidxs-desaparecidxs, ¡Presentes! Ahora y siempre. Y que esté Nora ahí diciendo eso, que estemos todxs mirándola y contestando su pregunta, emocionadxs, nos reafirma en nuestra lucha y en su sentido renovado. Vuelve sólido ese pacto, lo afirma en cada unx y en ese nosotrxs que somos cuando nos encontramos en la calle.
Cuando terminó de bajar la marea nos fuimos a comer a la vuelta de la plaza, como siempre. Los momentos históricos son así de impresionantes, de aparentemente imposibles, de cotidianos y de inolvidables.

Texto: Virginia Giannoni

Foto: Karina Diaz